"INTRUSO"



Hace años, cayó en mis manos, por primera vez, unos de sus libros "Acaso mentías cuando dijiste que me amabas? ". Seguí mas o menos su trayectoria literaria en la medida que me era posible. Hay autores marginados por los libreros, pecadores de ser demasiado regionalistas o en su defecto excesivamente comerciales. He de decir que la producción literaria nacida en tierras de Don Pelayo, no llega con frecuencia, a las colonias mediterráneas que el Imperio de la Vieja Castilla de Isabel y Fernándo tiene al otro lado de las costas Valencianas o Catalanas. Tal vez, algún clásico clariniano se puede ojear en las vitrinas de alguna librería erudita, en época de comienzos escolares. Pues bien, en la distancia, como os decía, leía sus artículos en la prensa regional del Principado de la Manzana. Compré algún libro mas que hoy se agolpan junto con literaturas en lenguas hijas o nietas de Plauto. Pasaron años y mi admiración por él como por todos aquellos capaces de abrirse hueco en los tabloides nacionales y extranjeros hacen que siente curiosidad por el presente de cada uno de ellos.
Cómo colegiala que acude por primera vez a una presentación del último disco de su cantante favorito, así me sentí yo cuando casualmente intercambié algunas lineas con él.
Ahora continuo siguiendo su trayectoria más de cerca. Para quienes no crean que esto de la "RED" no sirva nada mas que para chatear, reenviar chistes o leer la prensa digital, una vez mas , la tecnología internáutica nos acerca a otras cosas mucho mas enriquecedoras que es conocer de primera mano la obra de tantos nombres famosos y no tan famosos. Hoy hablo de Tino Pertierra porque me entusiasmo el relato que ha publicado hoy en su espacio de facebook
"INTRUSO"
Higinio
«Como bien me dijo Nardo, llevarte mal con alguien significa tener un intruso en tu cabeza ocupando un sitio que no merece y que no necesitas. Con lo fácil que es mirar hacia otro lado y dejar que pasen de largo las energías hostiles. La teoría es sencilla pero llevarla a la práctica es casi imposible. Al fin y al cabo, somos nosotros los que asumimos nuestro papel de fakires empeñados en tumbarnos sobre camas de clavos sin que nadie nos obligue. Empeñados en convertir en necesidades nuestros deseos, nos dejamos llevar por la inercia de reclutar enemigos donde sea para no admitir que el peor contrincante vive dentro de nosotros. Soñamos sin hacer, y eso nos hace vulnerables a la desconfianza. Si dedicáramos el mismo tiempo a crear que a temer, es muy probable nuestros fracasos acabaran siendo más nobles que los triunfos. Después de todo, el éxito atonta y enmascara, sólo los obstáculos te muestran cómo eres realmente. ¿Y quién se atreve a saberlo? Yo sostengo que sólo quien aguanta el miedo y la incertidumbre sin perder la esperanza es capaz de pasar por esta vida sin ahogarse en sus propias lágrimas. De ahí que me considere un perfecto ejemplo de fracaso ambulante, aunque eso no me encadene a la amargura como ocurren en tantos casos. Ni siquiera se me dan bien las venganzas, algo tan visceral que debería resultar sencillo ejecutar sin preocuparse por la técnica. Algo bueno: la enfermedad se cura si antes aplicas el vendaje de la indiferencia. Si alguien te hiere, aguardar el momento del contraataque impide que la herida se cierre. Admito que mi postura ante la vida tiene mucho de escéptica, quizá también sea algo cobarde, aunque prefiero pensar que soy un prodigio de prudencia. Sé que el mejor camino para ser infeliz consiste en buscar la senda de la felicidad, y eso me conduce a un estado de cierta estabilidad, que no debería confundirse con firmeza o fortaleza, porque carezco de semejantes cualidades para afrontar las adversidades. Todo lo dicho tiene un fin: convencerme de que hago bien al no responder a los ataques de Diego. Convencerme de que no debo culpabilizarme por haberme dejado arrollar por él sin presentar batalla. Convencerme de que mi derrota, por llamar de alguna forma a mi huida, no se debe a sus méritos sino a mis escasas habilidades para la guerra. Le dejo solo con su conquista: algún día, Beatriz será consciente de que ha elegido la peor opción, y entonces será tarde para arrepentirse porque yo estaré lejos, muy lejos de su calvario, curado de las heridas y escondido bajo varias capas de resignación, la mejor aliada contra la impotencia».

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